Así comenzaba una canción de José Luis Perales,que era a la vez esperanzadora,tierna y hermosa.
Uno de los que entran en el vagón de metro a cantar, me la recordó. El nos amenizó el trayecto con una canción de Juan Luis Guerra, y al acabar nos pidió, que si le podíamos dar algo nos lo agradecería, pero que sí no nos era posible, nos indicaba que se sentía muy satisfecho con que le diéramos una sonrisa. La chica que estaba enfrente de mi y yo empezamos a sonreír de oreja a oreja, sin poderlo evitar. Nos miramos y todavía fue mayor nuestra sonrisa, no podíamos evitarlo ni parar. El cantante iba dando las gracias tanto a los que le daban dinero como a los pocos que se atrevían a sonreirle y él lo agradecía eufóricamente. Cuando llegó a nuestra altura, las dos seguíamos con una sonrisa de oreja a oreja y enseñando los dientes. Como el cantante. Poca gente le miraba, y los gestos eran serios, como si no fuera con ellos.
Cuando el cantante llegó al final del vagón, nos volvió a agradecer las sonrisas, ya que eran alimento para su alma y para la nuestra, según dijo. Que los que sonreíamos todavía teníamos esperanza en el corazón. Y al mismo tiempo se preguntaba como podía haber gente tan mezquina para ni siquiera dar una sonrisa. Terminó deseandonos a todos un feliz día y que sonriéramos siempre.
Me impactó. No lo puedo negar, y cada vez que pienso en ese cantante, sonrio.
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