La adopción del horario de invierno trae consigo una modificación en las horas de luz que, aunque pequeña, no pasa desapercibida para el cerebro humano, explica Gabriel Delgado, neurólogo del Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea.
La causa está en un cambio de los niveles de hormonas que se producen en un núcleo del cerebro denominado hipotálamo. La retina percibe los cambios en la luz y envía la información al hipotálamo, cuya respuesta se traduce en la producción de una serie de hormonas. Si el estímulo luminoso cambia, también lo hace la reacción de esta zona del cerebro. "Hay un cambio orgánico en respuesta al cambio de luz", resume el neurólogo.
Aunque se originan cambios a diario de forma natural con la sucesión del tiempo, éstos entran dentro de lo que se denomina ritmo circadiano, que apenas produce alteración en el ser humano. "Con el cambio de hora siempre hay un pequeño cambio en el ritmo del sueño, aunque no excesivo, el problema puede surge cuando el cambio es más brusco, de tres, cuatro o cinco horas, como sucede con el jet lag", precisa.
El reloj interno de nuestro cuerpo depende de la luz diurna para mantenerse en sincronía con el entorno, y este cambio repentino de sincronización con el amanecer supone una importante alteración para el sistema.
«Aunque normalmente creemos que los cambios de hora provocados por las transiciones del DST son "sólo de una hora" tienen muchos más efectos graves si lo consideramos en el contexto de los cambios estacionales del reloj circadiano», explicó el Profesor Till Roenneberg, de la Ludwig-Maximilian-University de Múnich, en Alemania.
En esta última investigación, que publica la revista Current Biology, el Profesor Roenneberg y sus colegas examinaron los patrones del sueño en más de 50.000 personas. El equipo descubrió que, en los días de descanso, el sueño se sincroniza con el tiempo del amanecer del tiempo estándar, pero no con el DST.
Después analizaron con detalle el ritmo de sueño y de actividad durante las ocho semanas próximas a las que se producen las dos transiciones DST en cincuenta personas. En el estudio tuvo en cuenta también el cronotipo individual de cada persona y si eran «madrugadores» o «trasnochadores».
Descubrieron que el ritmo de sueño y actividad se ajustaban fácilmente al cambio del DST del otoño, pero el ritmo de los niveles de máxima actividad no se ajustaba a la llegada del DST, en primavera. Las personas con cronotipos vespertinos, que tienden a irse a la cama más tarde y se levantan después, son los que más padecen los efectos de este cambio.
«Nuestros resultados demuestran que el reloj circadiano humano no se ajusta a la transición de DST», afirmó el Profesor Roenneberg. «Es más evidente en los cronotipos vespertinos, en primavera, al examinar los modelos de actividad diarios. Su ritmo biológico se mantiene básicamente estándar en el invierno, mientras que a lo largo del verano tienen que ajustar los horarios sociales al adelanto de hora.
«Es demasiado pronto para afirmar si el DST tiene un impacto grave a largo plazo sobre nuestra salud, pero los resultados indican que debemos tomar este asunto con seriedad y realizar muchas más investigaciones sobre el fenómeno».
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